A la final con Kane y el VAR

Wembley rugió 55 años después para festejar que Inglaterra está en una final, la primera que disputa desde que se proclamó campeón del mundo como local en 1966. Aquel histórico y polémico desenlace con el gol fantasma de Hurst tuvo continuidad ante Dinamarca en las semifinales de la Euro. Esta vez fue un penalti ‘light’ sobre Sterling lo que decantó la balanza en la prórroga, una muestra más de que en estos torneos todo juega a favor de los ‘anfitriones’.

Sólo la decisión controvertida de Makkelie pudo tumbar a una Dinamarca fiel a su etiqueta de equipo milagro. Armada sobre tres centrales de gran solidez, blindada también por dos perros de presa en mediocampo (Hojbjerg y Delaney), aguantó el fervor de los ingleses y llegó a meterles el susto en el cuerpo. La apuesta danesa pasaba por incomodar y magullar. Así lograron convertir el área de Pickford en un territorio allanable.

El portero inglés tuvo que convivir con las dudas. Falló con el pie y en un saque en corto, algo que bien pudo aprovechar Braithwaite. El bocinazo que silenció Wembley fue, sin embargo, un lanzamiento de falta de Damsgaard que también cogió a Pickford en sus mundos. Golazo y despiste a partes iguales. Nadie contaba con este joven delantero con cara de niño e instinto de asesino, pero su Eurocopa es de las que catapulta una carrera.

Por primera vez en el torneo Inglaterra se vio por detrás, además embarullada, pero su respuesta fue de equipo grande. Con Kane a los mandos, los de Southgate salieron del atolladero a base de profundidad. El delantero del Tottenham detectó que cómo más daño hacía era fuera del área, un jardín que ha hecho suyo estos últimos años.

Disfrazado de Benzema, le regaló primero desde la banda el empate a Sterling (aunque salvó Schmeichel) y posteriormente dibujó la acción que niveló el choque, esta vez sí bien culminada entre Saka, Sterling y la pierna de Kjaer en su intento por despejar la pelota. Hay delanteros que hacen daño a 30 metros de la portería igual que a sólo uno. Kane es de ellos.

A los daneses el empate no les alteró demasiado. Siguieron cerrando pasillos y creyendo en lo imposible. El paso del tiempo era un viento de cola que les daba empuje. Contribuyó a ello también Schmeichel, inconmensurable, con un paradón a Maguire a balón parado, la amenaza permanente de los ingleses. Sacar de tan abajo esa pelota como lo hizo el portero del Leicester está al alcance de muy pocos.

Para entonces el partido ya tenía una única dirección. Southgate avivó el fuego dando entrada a Grealish y el técnico danés pobló con una pieza más el centro del campo para juntar a Braithwaite y Poulsen arriba en busca de la campanada. Inglaterra se lanzó a por el triunfo, viendo que las fuerzas de su rival cada vez eran menores. Ya antes de la prórroga pudo llevarse el partido, pero aguantó heroica Dinamarca en otro ejercicio más de generosidad innegociable en el esfuerzo.

El asedio cada vez fue mayor. Los ingleses apretaron como nunca y metieron más balas en la recámara, en este caso Foden y Henderson. Schmeichel, que sacó otro balón imposible a Kane, ya no tenía manos. Estaba al borde del precipicio Dinamarca y le terminó de empujar el árbitro neerlandés Makeelie, que se vio envalentonado por el ambiente y pitó un penalti que fue más piscinazo de Sterling que falta del defensor. Schmeichel le detuvo el primer tiro a Kane, pero no pudo con el segundo. Decidir finales por estas ligerezas debería estar mucho más vigilado por los árbitros.

Inglaterra, ya sí, se sintió poderosa e impenetrable, por fin en una final tantos años después, tantas generaciones después, tantos fracasos después. No sin sufrimiento, no sin un guiño del árbitro. Así huelen los equipos campeones. Aquellos a los que todo les va a favor.

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