Al Real Madrid le urge el alirón

Todo resultó extraño menos el resultado. Rodrygo jugó de Vinicius y como Vinicius. Le ha llegado la hora de descamisarse. Benzema falló dos penaltis, hecho insólito en un jugador al que le bajan las pulsaciones en el área, esa rara enfermedad que ataca a los goleadores. Ceballos fue por fin titular y dijo que está para quedarse. Y Camavinga pivoteó como si fuera del oficio. Una caja de sorpresas que no dejó ninguna sorpresa: el Madrid fue mejor de pitón a rabo y marcha disparado hacia el título. Cuatro puntos se lo dan aritméticamente. Osasuna empezó tuteando al líder y terminó sometido a él.

Encontramos en el Madrid de Ancelotti tres tipos de futbolistas: los de siempre, los salvables y los casos perdidos. Con una mezcla de los primeros y los segundos compareció el vicecampeón en Pamplona. De los terceros lo último que se supo es que Bale se bajó a pie de avión. El club lo despachó con un comunicado sin explicaciones que impide determinar si escurrió el bulto o le apareció un achaque de última hora. “No estará disponible”, decía la nota. Lleva demasiado tiempo sin estarlo.

Ese Madrid mestizo dejó algunas conclusiones. La primera, que Rodrygo ha decidido ser también Vinicius. En el Madrid se entra sin pedir permiso y a él, hasta ahora, le ha había podido cierta timidez, quizá deslumbrado por el tamaño del club o de la compañía. Los dos últimos goles le han desencadenado. Muy cerca de él se movió Ceballos, titular por primera vez. Dijo Ancelotti que le ha dado menos de lo que merecía. Se puede firmar debajo. Sin que se sepa muy bien por qué, ha sido más futbolista de grada que de entrenador. En El Sadar dejó el mensaje de que quiere (y puede) quedarse hasta que se vio triturado por la inactividad.

Alaba, gol y lesión

Los dos y los otros nueve se vieron metidos en un partido que Osasuna se tomó a la tremenda. Estaba obligado por la tradición y por el público. No hay equipo que provoque un cambio climático tan descomunal en El Sadar como el Madrid.

Alaba abrió el marcador con este gol.

Entre que el equipo de Ancelotti mira atrás y no ve a nadie y que Osasuna está libre de descenso y de pecado, quedó un partido abierto, de ida y vuelta, muy a medida del inédito centro del campo del Madrid, más dinámico que metódico. Un partido de todos y de nadie que se rompió pronto. Fue en un lance de estrategia del Madrid. Asensio amenazó con un centro lateral en el saque de una falta y la cosa acabó en una jugada bordada que pasó por Ceballos y Benzema y remató a quemarropa dos veces Alaba. Herrera solo tuvo respuesta para la primera.

Finalizado el abrazo grupal de los madridistas empató Osasuna. Medio gol fue un pase diagonal de Moncayola. Completaron la obra un centro raso de Chimy Ávila y el pie justiciero de Budimir. Eso era el choque, un Madrid al que le corre prisa cantar el alirón y un Osasuna con respuesta para casi todo.

Budimir remata para hacer el 1-1.

En aquella lluvia de metralla le anularon a Budimir un gol por un fuera de juego de un metro. Osasuna le buscaba al Madrid su punto débil con este once: la salida de la pelota. Ahí estaba Camavinga, con una amarilla en los lomos desde el minuto 4, y en funciones de Casemiro, el costalero del equipo, el que resuelve el papeleo de recuperar la pelota, hacer la falta imprescindible y meterse entre los centrales cuando llega el temporal. No está entre los trabajos más demandados en el fútbol y el francés anduvo fantástico.

Doblete de Herrera

El Madrid solo cojeaba arriba, porque Benzema andaba mirando la aguja del combustible y porque Asensio es a menudo más sombra que sol. Eso sí, como tantas veces, apareció de la nada para volver a darle ventaja al Madrid. Fue un gol de oportunismo, broche a un pase sensacional de Camavinga, que madura deprisa, y remate sobre la marcha de Ceballos rechazado por Herrera.

Asensio aprovechó el rechace de Herrera para hacer el 1-2.

El partido siguió llenándose de noticias. Alaba se fue con un percance muscular; Carvajal volvió al lateral zurdo, su inesperado jardín en Sevilla, y a Benzema le paró Herrera dos penaltis lanzados por el mismo lado. Uno lo detuvo por intuición propia y otro por reiteración ajena. El primero fue producto de una mano del Chimy Ávila. Un delantero en área propia acaba siendo fuego amigo. El segundo llegó en un derribo de Nacho Vidal a Rodrygo, que jugaba con todas las luces encendidas. Era su noche.

Lucas cerró la cuenta aquí.

La relación de sucesos no alteró el sentido del partido. Gobernaba el Madrid, aún mejor que en la primera parte, y guerreaba Osasuna, con menos frecuencia que al inicio. Estaba vivo de milagro y el final del choque le daba una oportunidad. Esa recta final, ya sin Ceballos ni Camavinga, despertó el utilitarismo del Madrid mientras, cambio tras cambio, Jagoba Arrasate cargaba de artillería el equipo, pero su mensaje no llegó al área de Courtois. En el de Herrera hubo más actividad. A Nacho le faltó un centímetro de taco para sentenciar, a Benzema un metro para redimirse, a Vinicius dos dedos para salir y besar el santo. Y Lucas Vázquez, en el descuento, sentenció a pase del brasileño. Así acabó el poco suspense que le quedaba a una Liga que, viendo el final de Rodrygo, Camavinga o Ceballos, podrá decirse que es de todos.

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