El Madrid lo quiere todo
Madrid y Barça echaron a pies (¡y qué pies!) quién encabezaría la persecución al Atlético en un partido que empezó recatado y acabó desbocado, agónico, en medio de una tormenta brutal que lo empapó todo de épica. Fue un Clásico extremo, agotador, que alzó al Madrid en líder de la leal oposición. El Barça se quedó la pelota y eso hace tiempo que no basta. Del Madrid fueron el oficio y Vinicius, un proyectil tan impreciso como imparable. Sufrió hasta el final su victoria por no ser concreto en las contras, pero se metió en la cama líder provisional.
Los clásicos producen vértigo. Sobran datos, aunque ese estudio aún esté pendiente de publicación en revistas científicas. Y es que lo que encierran no sólo queda escrito en la clasificación, sino en la memoria: las 'manitas' de ida y vuelta, el set de Guardiola, el marcaje de Camacho a Cruyff, el 'a callar' de Raúl, el intento de Messi por tender su camiseta en un fondo del Bernabéu, el cochinillo volante, el "puto amo" de Pep, los "¿por qué?" de Mourinho, la sordera de Figo... Así que el peso del partido se lleva por delante hasta lo que funciona. Zidane venía de vapulear al Liverpool con Asensio y recogió cable ante el Barça con Valverde para doblar la guardia sobre Alba, el canal de comunicación preferido de Messi. Acertó.
Y Koeman, que había repetido triunfalmente alineación en cuatro partidos, también recogió velas: Araújo en la troika de centrales (después de amagar con Piqué, que para este evento se apuntaría infiltrado o amputado), De Jong de volante y Griezmann en el banquillo. Ese puntito de extravagancia cuando visitaba al Madrid ya lo trajo de serie el primer Cruyff. Se desconoce si es costumbre holandesa. No le salió.
Tacón de oro
Las cuestiones previas se resolvieron pronto. La presión adelantada fue mutua y la pelota se la quedó el Barça. Su rondo eterno es el principio de la sedación. A veces cuela y a veces no.
El caso es que esa extrema vigilancia en cualquier zona del campo creó una atmósfera agobiante, cerrada, de máxima tensión. Pero entre lo académico siempre acaba colándose lo imprevisto. Y ahí surgió una jugada de otro partido. Valverde rompió, por cilindrada, desde el centro, abrió a Lucas y su envío raso al primer palo lo resolvió Benzema sobre la marcha con un taconazo preciso, con arte y ciencia. Un gol mayúsculo y un premio que hasta entonces no había merecido ninguno. El repertorio del francés se ha vuelto infinito. No hay nueve en el mundo que fuera del área conserve intactas todas sus propiedades.
El partido ya no fue el mismo. El Barça adquirió nuevas obligaciones y sólo las asumió Pedri, un fantástico 'viejoven'. Y el Madrid cedió más campo en beneficio propio. Aquello era robar y matar. Matar con Vinicius, cuya velocidad desmantelaba a la zaga blaugrana. El brasileño anda suelto. Pregunten a Mingueza. El joven central del Barça sólo pudo parar casi sobre la línea del área uno de esos acelerones. Lo que sucedió después fue mitad fortuna blanca mitad despropósito azulgrana. Kroos golpeó la falta sin demasiada convicción, Dest, a un metro de la barrera, desvió el tiro y Alba, sobre la línea, metió la cabeza sin éxito.
Un final de película
El Barça estaba en un laberinto y el Madrid, en su salsa: dos líneas que balonmanizaban el ataque culé, Benzema de lanzador y Vinicius en versión supersónica. El brasileño volvió a arrancar la moto poco después para cederle un gran pase a Valverde. El remate del uruguayo topó en el palo (el primero de los cuatro que hubo en el duelo). Zidane había metido a Valverde para cegar a Alba y era Alba quien perdía el rastro al charrúa. Quien tenía la pelota no tenía la razón. Con todo, Messi tuvo su minuto explosivo: estuvo al borde del gol olímpico (el larguero lo evitó) en córner inexistente y Courtois le tapó un remate que el VAR habría invalidado por mano previa.
Con todo perdido, Koeman dio media vuelta. Griezmann por Dest y 4-3-3 ante un Madrid víctima del enésimo contratiempo: la lesión de Lucas Vázquez. Al Barça no le quedaba otra que vivir al filo de lo imposible bajo un huracán. Con dos extremos abiertos y dos laterales de asalto, cualquier contra del Madrid parecía tener veneno. El equipo de Zidane estaba convencido de que era mejor penalizar que mandar. Y el partido le empezaba a ofrecer grandes oportunidades. Dos se le fueron a Benzema antes de que Mingueza cambiara el rumbo del partido al meter la espinilla a un centro de Jordi Alba que pasó ante las barbas de muchos y nadie tocó. Zidane metió entonces a Asensio, visto que el Barça se movía en el alambre. Araujo desvió a su palo un centro de Vinicius. Jordi Alba, que pedía paso en el partido, tuvo el empate, pero Courtois estuvo providencial.
El partido se había agitado mucho y Zidane entendió que el desgaste empezaba a matar a los suyos. Descapitalizó mucho al equipo al retirar a Kroos, Benzema y Vinicius. Koeman metió más madera en el centro del campo con Ilaix. La apuesta final iba a ser física. Aún hubo tiempo para el lío arbitral por un levísimo contacto de Mendy sobre Braithwaite. Koeman montó un circo por un lance que no lo merecía (luego le siguió Piqué, una autoridad en circos). Después Casemiro se buscó dos amarillas en un minuto para hacer más agónico el final para el Madrid. El partido acabó con un remate al larguero de Ilaix y Ter Stegen en el área blanca. Un monumento al fútbol.