El Madrid se va sin rechistar
No hay peor luto en el Madrid que el del día que le bajan de la Champions. Lo toma como un desahucio de la que entiende como su casa. Pero esta vez no ofreció argumentos para discutirlo. El Chelsea, que es más yunque que martillo, le despidió sin honores. La cita le llegó al equipo de Zidane con media plantilla fuera de punto y la otra media extenuada. Y se vio a merced de un rival más oxigenado y mejor organizado que retrasó su pase a la final más por falta de acierto que de oportunidades. Hazard volvió a ser invisible, Vinicius fracasó como lateral, Kanté y Jorginho se merendaron a los tres magníficos del Madrid y el trío de centrales pasó un trago ante Havertz y Werner. Sólo un Courtois heroico le mantuvo con vida hasta el final. Y así se fueron los blancos de esta Champions, sin derecho de réplica, sin rechistar.
La parte buena de tener poco donde elegir es que tampoco hay demasiado donde equivocarse. Así lleva Zidane meses tras casi sesenta lesiones y un buen número de episodios de coronavirus. Ramos no jugaba un partido desde finales de marzo, pero en un dibujo de tres centrales sin Varane era irremediable ponerlo. Más por eliminación que por su capitanía extrema, de esas que se echan a la mochila los 119 años de historia del club. Y la segunda gran decisión fue ponerse en pies de Hazard, por el que el club pagó 120 millones para estas noches y no para dar descanso a los principales en Alcoy o similar. Potencialmente no hay mejor compañía para Benzema en la plantilla. Otra cosa es que, en su caso, el cuánto ofrece se ha visto sustituido por el cuánto dura. El segundo capítulo también sigue en blanco. En Stamford Bridge desfiló de nuevo en silencio.
Vinicius, lateral fallido
En el plan también cupo como lateral derecho Vinicius, uno de esos futbolistas que traen lo que no puede entrenarse, la velocidad. Debió imaginar Zidane que el Chelsea le otorgaría el espacio que le cerró en Valdebebas para ponerle lejos de su papel y de su banda. Quizá pensó, también, que con él podía transformar el 3--5-2 en un 4-3-3 sin un pestañeo, pero ni por fuera ni por dentro pudo derretir al Chelsea. Nunca estuvo en el partido.
Al otro lado, Tuchel premió el último doblete de Havertz, el fichaje más caro del verano, a costa de Pulicic, una pesadilla en Madrid. En cualquier caso, el corazón del equipo está más atrás, en Kanté y Jorginho, que parecen huidos de un maratón. Malo si se baila con la música que ellos pinchan.
El primer golpe de vista dejó tres entradas de castigo de los jugadores del Chelsea, una advertencia sobre la tolerancia cero, y tres largas posesiones del Madrid sin más consecuencia que un disparo sin sal de Kroos. Al menos evitó esa cadena de despejes a fondo perdido que se vio en Valdebebas. Pero pronto el Chelsea se volvió el torturador que acostumbra. Su mérito es obligar al rival a transitar por donde no debe, negarle la salida por el centro y hacerle pagar cada pérdida mediante una activación rápida de una manada. Es el dentista de esta Champions. Mata lentamente. Inyecta desesperación.
Más si los centrocampistas del Madrid se dejan el gas abierto. Y sucedió. Especialmente con Mount, un especialista en buscarle al rival el ángulo muerto. En esa fase Chilwell se le escurrió a Vinicius y su centro lo mandó a la red Werner. Al Madrid le salvó la bandera del asistente. Diez minutos después, ni eso. En el primer asalto de Kanté, su pase lo picó Havertz al larguero y el rechace lo cabeceó a puerta vacía el propio Werner. Aquello llegó casi a continuación de una buena ocasión del Madrid, un disparo de Benzema desde la frontal del área que se procuró él mismo. Su soledad acongoja. Imperaba la ley del Chelsea: que pasen pocas cosas y las que lleguen, que sean propias. Definitivamente es un equipo que va al grano.
La puntilla
El gol no le cambiaba excesivamente el paso al Madrid, que buscó la salida lógica, desde la posesión y un partido de pulsaciones bajas. Armándose de paciencia Modric consiguió encontrar a Benzema desmarcado casi en el área pequeña, pero el francés no le dio ni potencia ni colocación a su cabezazo y Mendy lo sacó en pose de acróbata. Dejar pasar ese tren en una atmósfera tan cerrada pareció imperdonable.
El Chelsea volvió del descanso con la misma fortaleza. Havertz mandó un cabezazo al larguero y un remate sin oposición a los pies de Courtois, Thiago Silva otro a la grada y Mount un disparo al limbo que retrababan bien la superioridad inglesa, ahora tan abrumadora como en el inicio de la ida.
Cuando se le vino el tiempo encima, Zidane cambió sus laterales. Valverde a la derecha y Asensio a la izquierda. Dos jugadores fuera de sus posiciones naturales. Como aquello tampoco marchaba, llegó un tercer punta, Rodrygo, pero las únicas noticias llegaban en el área del Madrid, donde el Chelsea se quedaba en el casi cada vez con más frecuencia ante un rival desmadejado ya por el cansancio y por ese 4-2-4 a la tremenda con el que buscaba el imposible. Como al Atlético, el Chelsea le había cocinado a fuego lento, por asfixia. Y a falta de seis minutos le apuntilló en el enésimo robo de Kanté al que le dieron provecho Pulisic y Mount. El del Madrid fue un 'blues' en toda regla. Quizá la Liga le saque de la depresión postchampions.