El Villarreal entra en la historia

Por fin. Todo cuesta, pero todo llega. El Villarreal, con 98 años de historia a sus espaldas y mil cicatrices acumuladas tras su paso por todas las categorías del fútbol español, jugará su primera final el 26 de mayo de 2021. Una fecha imposible de borrar para los restos en el Mediterráneo, donde se habían empezado a acostumbrar a vivir de la ilusión y a morir en la orilla. El Submarino se lo ha ganado por su ejemplar progresión en el siglo XXI, por su insistencia (quintas semifinales) y, sobre todo, por su partidazo hace siete días ante el Arsenal en La Cerámica y por su resistencia y disciplina en la complicada vuelta de Londres.

Hechos los deberes, su día de gloria lo vivirá en Gdansk (Polonia) ante un gigante como el Manchester United, con 9.500 aficionados en las gradas, con la posibilidad de reencontrarse con 2.000 groguets que se dejarán la garganta animando en el estadio, con otros 50.000 fieles que empujarán desde sus casas y con un país detrás de todos ellos alentando porque el Submarino, quién lo iba a decir, es el único representante español vivo en Europa. Esta vez, aunque parezca mentira, era más importante saldar las deudas del alma que las de las vitrinas, pero no hay que olvidar que, más allá de la alegría, el equipo de Emery se ha ganado optar por fin a un título que, además, podría otorgarle una invitación con honores a la Champions.

La puesta en escena de inicio del Villarreal fue fabulosa. El planteamiento de Emery, al que se le acusó de conservador en la ida cuando pudo sentenciar, fue determinante. Mandó presionar arriba y tener pausa con balón. Con Pau, Parejo y Trigueros todo parece más sencillo. El Arsenal compareció con el morro torcido al perder en el calentamiento a Xhaka. Arteta tuvo que tirar en ese lateral izquierdo de Tierney, a medio gas por unas molestias musculares. Chukwueze supo oler el miedo y le castigó encarándole una y otra vez. Del nigeriano fue la primera ocasión del partido con una buena rosca (5’). La segunda fue con una falta de Parejo (23’). Con todo controlado, pese a que curiosamente el jugador más determinante del Villarreal, Gerard, estaba siendo el menos entonado, todo cambió en un solo minuto. Primero, con el estreno en el partido de Aubameyang, cuyo disparo tras una melé pegó en el palo (26’). Y unos instantes después con la lesión de Chukwueze, que dio un respiro a la defensa del Arsenal a la vez que otorgó una nueva oportunidad a Emery para demostrar de qué pasta está hecho: de todas las opciones que le brindaba el banquillo eligió a Yeremy, canterano de 18 años.

El 2-1 global mantenía al Villarreal sin sufrir aunque sus aspiraciones se sostenían en un alambre. El Arsenal regresó de vestuarios con los niveles de ansiedad a punto de colapsar. Partey no estaba a gusto como organizador del cotarro. Ni Odegaard como animador. Los extremos, Pépé y Saka, fueron engullidos por el amor propio de Mario y Pedraza, respectivamente. Aun así, el conjunto inglés mejoró aprovechando que el Villarreal regresó algo más despistado. Pépé y Smith-Rowe, en el segundo fallo grosero de Rulli en el partido, pudieron cambiar el rumbo del duelo. Como también lo pudo hacer después Gerard (53’), que tras hacer 26 goles y dar nueve asistencias esta temporada ha llegado a este cruce con menos brillo de lo habitual pero igual de comprometido. El delantero pudo hacer mil cosas y eligió la peor.

Así se llegó a un final de infarto en el que Aubameyang volvió a rematar a la madera con un gran cabezazo (79’). Menos mal que el Villarreal dio una lección de entereza con Albiol a los mandos y no aireó sus temblores, y que el Arsenal ofreció una exhibición de impotencia. Las gotas de sudor y sufrimiento en la expedición amarilla, por fin, se transformaron en lágrimas de emoción y orgullo. El Roig que se derrumbó con aquel penalti de Riquelme y un descenso a Segunda inesperado mutó en el presidente más radiante junto a otro pilar del proyecto como es su hijo. Mientras, Emery, que perdió una final de la Europa League hace un par de años que le crucificó en el Arsenal, ya tiene en su mano la revancha, recordando que será su quinta final en esta competición y que ya tiene tres copas como ésta. A Llaneza, alma máter de este invento y ahora retirado, no lo pudimos ver en ninguna escena, pero le imaginamos alzando su copa y brindando. Este logro en gran parte es suyo. Como también lo es de ese minúsculo grupo de periodistas que siempre acompaña a este humilde equipo de pueblo, desde los campos de 2ªB a los estadios más pomposos de ahora, y de los aficionados y socios que nunca fallan y de otros que desgraciadamente ya no están. El Villarreal ha llegado gracias a ellos al Olimpo donde soñó. Y, ojo, costará mucho despertarle. ¡Endavant! Nos vemos en Polonia.

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