La noche del forajido Wiggins

Bienvenidos a las Finales de los milagros, del más difícil todavía. Del cuanto peor, mejor. De la letra, con sangre entra. De los ataques de melancolía cuando todo va bien, de los despertadores que suenan desde un bolsillo perdido de la chaqueta, ya con medio cuerpo en el ataúd. Las Finales en las que el optimismo provoca jaqueca y los postres se disfrutan desde la cuneta, después del accidente. Sensaciones contradictorias, resurrecciones imposibles, premio gordo para el que ni se inmuta, el que deja la vida pasar sin mirar al marcador. Las Finales, ahora mismo, de Golden State Warriors. Desde que perdían en el último parcial del cuarto partido, en Boston, y se asomaban al abismo del 1-3, a un 3-2 (tras este 104-94) que les da bola de partido: la noche del jueves al viernes, de vuelta en el Garden. Y les da, asunto crucial, el derecho a jugarse el título, en el peor caso, otra vez en la Bahía, el domingo y en un Chase Center en el que, después de esta noche, están 11-1 en estos playoffs.

Los Celtics no habían perdido dos partidos seguidos desde marzo: 7-0 tras derrota en las eliminatorias. Ahora 7-1. Se habían columpiado sobre el precipicio de forma admirable, esquivando balas y curando heridas que muchas veces podrían haberse ahorrado: el sexto partido de Milwaukee, el séptimo de Miami… parecía un equipo inacabable, con más vidas que unos cuantos gatos con mucha suerte. Hasta que, finalmente, se rompieron. Las propias Finales necesitaban, para avanzar de una maldita vez hacia algún sitio, lanzarse al vacío, saltar en mil pedazos, mandar a la basura los intríngulis y los análisis sesudos. Fuera la lógica en el cruce de dos equipos que alternan rachas de forma extraña, que se cruzan por la carretera a toda velocidad, un saludo con las largas y ya nos veremos. Warriors y Celtics están jugando a mordiscos, sin hacer coincidir sus mejores versiones. Más que un combate de boxeo, una metáfora manida, esta Final es uno de esos concursos de bofetones que alternan turnos para sacudirse. Así que la cuestión, finalmente, no está en los picos, sobresalientes de ambos: la clave está en los valles, en cómo de malo puedes llegar a ser. Ahí, los Celtics están siendo peores, abismales, horrendos. Y por ahí están perdiendo (hasta ahora) estas Finales 2022.

El factor físico entra en escena

Vamos a lo que se puede explicar: los Celtics están agotados. Ahora, a medida que la Final consume etapas, notan en el cuerpo las catorce batallas de mayo contra dos bulldozers como Bucks y Heat. Solo un equipo, los Lakers de 1988, ha sido campeón después de necesitar siete partidos en las dos rondas previas a la Final. Y es por algo. Las piernas dicen basta, los tiros se quedan cortos, las cabezas se nublan. La rodilla de Robert Williams manda al pívot al banquillo y el ataque verde se convierte en un galimatías sin orden ni concierto. Intentos desesperados antes de tiempo, trajes de superhéroe hechos jirones. Los Celtics, además, eligieron esta vez que Stephen Curry no pusiera la freidora en marcha. Y funcionó: solo 16 puntos del base, que se quedó en un 7/22 en tiros y un 0/9 en triples, ni uno anotado por primera vez en 234 partidos. Después de su monumento del viernes, esta vez no entró en combustión y se limitó a minimizar errores (8 asistencias, solo una pérdida). Y, a pesar de este nuevo enfoque, los Celtics perdieron.

Otra vez, las pérdidas fueron determinantes: 7-18 con 22 puntos de los Warriors extraídos de esa sangría. Steve Kerr está aplicando una presión máxima sobre un ataque que parece incapaz de ser paciente, de mantener la cabeza fría. Entre Jayson Tatum, Jaylen Brown y Marcus Smart sumaron 10 asistencias por 13 pérdidas. El primero (27 puntos, 10 rebotes) opositó a salvador durante el tramo central del partido pero se hundió, absolutamente agotado, en el último cuarto (en esos parciales finales está en un 5/21, 23,8%). Brown (18 puntos, 18 tiros) dio tres de arena por cada una de cal, con pérdidas estruendosamente evitables. Y los Celtics vivieron del triple hasta un extremo grotesco: empezaron 0/12, el peor inicio en la historia de las Finales. Luego anotaron ocho seguidos, la mejor racha, también, de la historia de las Finales. Y acabaron con un 3/12, otra vez secos en el momento decisivo.

Ahora, un desarrollo mucho más difícil de explicar: los Warriors arrancaron a velocidad supersónica (24-8 en diez minutos) y llegaron al descanso 51-39. El tercer cuarto, normalmente su territorio (+49 en los cuatro primeros partidos) pareció condenarles. De pronto sin ritmo, sin juego, sin ideas: 61-66 después de un 10-27 en ocho minutos, en pleno festival del triple de unos Celtics que, y acabó siendo clave, fallaron una tonelada de tiros libres: 21/31, con fallos cruciales de Tatum y Brown en el último cuarto, que anuló el regalo que supone tirar 16 más que tu rival como visitante en las Finales. Desde ese 61-66, los Celtics desaparecieron. El tercer cuarto acabó en 75-74 después de un triple milagroso de Jordan Poole, cuya sobredosis de sonrisas era especialmente necesaria en ese momento. El último parcial se abrió con un 8-0 (83-74) en minutos de descanso de Curry. A falta de 3:30, la noche estaba lista: 93-79. Los Celtics se habían hundido irremediablemente. Su coraza, por fin, hecha añicos.

Con un Curry extremadamente humano y un Looney que se cargó rápido de faltas (solo jugó 17 minutos), fue la noche de los forajidos. Draymond Green (8+8+7) mejoró drásticamente. Poole se divirtió cuando nadie más parecía capaz de hacerlo (14 puntos) y Klay Thompson apareció a tiempo en el día en el que se cumplían tres años del sexto partido de las Finales de 2019, el de la lesión de rodilla que puso en marcha su pesadilla. Anotó 21 puntos con 5 triples, clave uno que sonó a hechizo reventado tras 14 seguidos fallados por los Warriors. Al final, 9/40. Ninguno de Curry y la batalla por el rebote perdida. Y aún así: victoria.

Crucial. Gracias en gran parte al trabajo de dos tipos enfrentados a su destino: Gary Payton II (15 puntos, 5 rebotes, 3 robos), un jugador que dio tumbos por los márgenes de la NBA durante años. Y, sobre todo, Andrew Wiggins. Bestial: 26 puntos, 13 rebotes. En el último cuarto, 10+5 con un 5/6 en tiros. En los dos últimos partidos 41 puntos, 29 rebotes y una defensa ultra física sobre Tatum. Su determinación produjo puntos cuando su equipo boqueaba, malherido. Su energía, inagotable, está siendo un factor determinante en estas Finales.

Es una historia gigantesca. Un número 1 del draft (2014) llamado a marcar época que se estrelló en cuanto firmó su extensión galáctica (cinco años, 148 millones de dólares) en Minnesota Timberwolves. Un contrato tóxico que acabó en los Warriors, donde nadie sabía muy bien qué iban a hacer con él. Una reinvención integral de su juego para convertirse en lo que es ahora: un obrero de lujo que pone físico, trabajo sucio y pegamento. Y que, cuando hace falta, recuerda quién fue y crea sus propios puntos. Wiggins ha sido clave en el cambio de viento de las Finales: de 1-2 a 3-2. Ahora los Celtics tienen que ganar dos partidos seguidos, encontrar piernas donde parece que no quedan, fe tras un golpe aparentemente letal. Parece improbable, pero vuelvo al principio: estas son las Finales, de los milagros, del más difícil todavía. Así que veremos.

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