Una noche de furia en Los Ángeles
Los jugadores de los Lakers necesitaban una noche así. Y sus aficionados, y seguramente todo el mundo en la organización, desde Jeanie Buss a la cuenta de Twitter de Magic Johnson. Una noche de furia, una en la que el sabor de boca no acabara siendo inevitablemente amargo. Porque suele pasar lo contrario: la temporada se ha convertido en un laberinto en el que hay muchas rutas pero todas acaban en una única salida, el desastre. La derrota. De forma calamitosa o por los pelos, tras remontar o tras encajar la remontada, fallando al final o descolgándose al principio. El caso es que una noche que se torció con otra lesión de Anthony Davis acabó con una de las mejores victorias de la temporada, 106-101 contra unos Jazz que venían con el pulso recuperado: seis victorias seguidas, Donovan Mitchell y Rudy Gobert otra vez al frente de las operaciones.
Puede que la catarsis del último cuarto no sirva para nada en el gran esquema de las cosas. Eso, de hecho, sería lo normal. Pero tiene valor porque esto es deporte y las pequeñas cosas cuentan, las sensaciones son el camino, acabe este donde acabe. Que, esta vez, apunta a un precipicio. Y sigue siendo un desastroso 27-31 en el parón del All Star, el noveno puesto del Oeste, el nivel de los aspirantes a años luz. Todo eso es verdad, también que el Staples rugió y que los Lakers pusieron orgullo y pasión. Y, esta vez, baloncesto. Y que cuando se crean esos ecosistemas, un partido se convierte en un micromundo durante el que nada más importa. Por eso la gente estaba contenta al acabar, más allá de que el panorama siga siendo oscurísimo tras la bajada del telón. Y a pesar de la lesión, otra más, de Anthony Davis.
Davis estaba haciendo un partido fabuloso: 17 puntos y 2 tapones en 17 minutos. Por todas partes y, parece una regla general de su carrera, superando a Rudy Gobert. Con intensidad por dentro y, por fin, finura de muñeca por fuera, lejos de la zona donde el pívot francés establece su reino del terror. Entonces, en el segundo cuarto, una caída sobre un pie del propio Gobert tronchó el pie de Davis, que se retorció de dolor y se fue sin apoyar nada de peso en la pierna. El viejo Staples (ahora Crypto.com Arena), que había rugido con el 11-0 inicial y con la presencia de Aaron Donald (el panzer defensivo de los Rams) en primera fila, cayó en un silencio sepulcral, ominoso. No podía ser, no había manera, no era el año, no hay situación tan mala que no sea susceptible de empeorar. Al descanso, y con una exhibición individual de Donovan Mitchell (26 puntos de 37 totales, 5/7 en triples y solo una de sus ocho canastas de la primera parte sumada tras asistencia), los Jazz le habían dado la vuelta al partido (46-53) y la ventaja alcanzó los 14 puntos en el tercer cuarto. Parecía cuestión de lógica y poco más. Un día más en la destartalada oficina de estos Lakers 2021-22.
Pero en la segunda parte llegó el click, el cambio de viento. Desde ese 61-75 que apuntaba a final plácido para los Jazz, los Lakers se rebelaron, se encontraron consigo mismos. Vivían al final del tercer cuarto (71-79) y boqueaban en el ecuador del último: 80-92 que era un 84-92 cuando regresó a la pista LeBron James a 5:33 del final. Ahí LeBron sumó 10 de los siguientes 15 puntos de su equipo, un 15-4 hasta el 99-96 tras triple del propio LeBron, que enlazó penetraciones acorazadas y suspensiones con la incidencia que le faltó en San Francisco contra los Warriors, donde los Lakers jugaron bastante bien pero acabaron perdiendo. Un triple de Austin Reaves, el rookie no drafteado que juega sin miedo a nada, acercó la victoria en el último minuto (103-99) y Russell Westbrook anotó los tiros libres que había que anotar. Y los Lakers ganaron, y el viejo Staples rugió como si fuera la primera noche del curso, como si la temporada no pareciera perdida y como si Anthony Davis no se hubiera ido lesionado un buen rato antes. Los rayos X, por cierto, no mostraron un daño grave. Hoy habrá resonancia para saber cómo de malas son las noticias, cuánto se alargará (otra vez) la ausencia del pívot.
Bogdanovic solo apareció al final y Mike Conley y Rudy Gobert firmaron ambos un partido desastroso. Los Jazz se deshicieron en los minutos decisivos y quedan (36-22) más lejos del tercer puesto del Oeste (a cuatro partidos) que del quinto (a dos). Parece su lugar… y poco más. LeBron, absolutamente conectado con la grada y con el partido, anotó 15 puntos en el último cuarto y acabó con 33, 8 rebotes y 6 asistencias. En noches así, aunque ya no sean todas, sigue siendo un espectáculo único, un ejército de un solo hombre. Westbrook (17+7+6) jugó con control y cabeza al final, sin malas decisiones y con algunos muy buenos pases. Y puntos cuando había que meterlos. Horton-Tucker no anotó los tiros pero hizo un trabajo tremendo en defensa (4 tapones) y Reaves, ese tremendo hallazgo, acabó con un 9+4+2 que pareció mucho más.
Los Lakers sonrieron: ganaron. Que no es poco. Desde luego, y tal y como van las cosas, es mucho. Veremos cuánto está fuera Davis, cómo va respondiendo la rodilla de LeBron, cuántas desgracias más quedan en una temporada maldita... Pero, por una vez, el ahora llamado Crypto.com Arena sonrió de oreja a oreja. Seguramente esta noche se perderá en la marea negra de un año para olvidar, entre tanta desgracia y tanto error de planificación, pero esto es deporte y el camino importa, las pequeñas alegrías valen mucho, las batallas más insignificantes a veces parecen guerras colosales. Y, cuando el corazón empuja y la cabeza se toma un respiro, es una gozada ganarlas. Pase lo que pase al día siguiente.