Vinicius se hace imparable
Costó creer en Vinicius. Primero, por inexperto; luego, por atropellado; finalmente, por ineficaz a la hora de la verdad. Se ridiculizaron sus goles de rebote y se censuraron sus bicicletas. No jugó hasta que le puso Solari casi por desesperación, con Zidane fue y vino y a Benzema llegó a parecerle incómoda su compañía. Pero le salvaron su descaro y su valentía, el intentarlo siempre con el viento en contra, hasta que llegó Ancelotti. Ahora es impagable. En Kiev metió dos goles, el segundo para el Louvre, dio otro, dejó detalles de jugador de época y sacó al Madrid de su primer bache ante un rival blandito. Va a hacer entretenida la espera de Mbappé.
Tres partidos sin victoria en el Madrid dan para varias convocatorias del consejo de seguridad nuclear. Más si en uno o varios las alineaciones han pasado a disposición judicial. Esa semana del politraumatismo en los marcadores (la fatídica secuencia Villarreal-Sheriff-Espanyol) llevó a Ancelotti a la cocina tradicional: Mendy en la izquierda, pese a sus cinco meses y medio al sol; Alaba y Militao en el centro, con o sin molestias; la santísima trinidad (Modric, Casemiro y Kroos) en los fogones, porque siempre, como en el tango, se vuelve al primer amor; y regreso al 4-3-3 con el que llegó bajo el brazo por primera vez hace ocho años para que le cuadrara la BBC. El mejor once posible a las puertas del Clásico, porque el Sheriff se merendó en el Bernabéu la ventaja aritmética y moral del triunfo ante el Inter en San Siro y no dejó margen para repartir la carga.
Un Madrid a la contra
Enfrente quedó un Shakhtar con ocho brasileños, Ipanema en Kiev, y la propuesta de 'jogo bonito' de De Zerbi, uno de esos entrenadores que han probado que incluso en los pequeños se gana más jugando a lo grande. El reparto de los primeros minutos respondió a la lógica: la pelota para el Shakhtar y la pólvora para el Madrid. Antes de los primeros diez minutos el equipo de Ancelotti exigió dos veces a Trubin, en disparos de Kroos y Vinicius. El tercer tiro, de Benzema, no cogió puerta. Todo en un Madrid a la contra, a toda pastilla, al gusto de Rodrygo y Vinicius frente un adversario notablemente mejor con el balón que sin él.
Todo sucedió antes de un largo periodo de encalmada. Al Madrid le pareció que, sin sufrimiento, el gol le llegaría por inercia. Así que aplicó la tarifa plana, un dominio sosote sin efecto más allá de los tres cuartos de campo. Esa segunda versión ayudó al Shakhtar, que no se maneja bien en la velocidad y que empezó a perder la pelota con una frecuencia preocupante.
El autogol
El partido no tenía nada que ver con el que el Madrid se preparó ante el Sheriff, descosido en las dos áreas, y que acabó en catástrofe natural: una derrota después de malgastar 31 disparos. En Kiev escasearon las noticias en la primera mitad, porque abundó el fogueo en los quince remates del Madrid. Casi todo lo que intentó fue desde fuera del área. Casi todo lo que probó el Shakhtar fue por su banda izquierda, estirando a Ismaily, a cuya llamada no acudió nadie. A estas alturas hay que recordar que los ucranianos han perdido por lesión a los dos mejores goleadores del equipo.
En ese partido adormilado al Shakhtar le despertó un autogol de pesadilla. Lucas Vázquez mandó un balón largo a Benzema, que estaba en línea, y entonces Kryvstov metió el pie y la pata a un tiempo para superar de vaselina a Trubin, que salía a la aventura. Ese gol hacía el partido aún más confortable al Madrid, que llevaba tiempo sin sentir a su adversario como una verdadera amenaza. Con todo, al equipo de Ancelotti le faltaba un punto más de nervio y el auxilio de los laterales, que en lo que va de curso, por los continuos cambios de guardia a causa de las lesiones, han prestado poca ayuda a la causa.
El festival
La segunda mitad fue otra cosa. A vuelta del descanso volvió ese Madrid recreativo que conforta a Ancelotti. El segundo gol fue una obra de ingeniería en el que todos estuvieron bien: robó Benzema, le puso a Modric la pelota en el borde del área, este la metió como un cuchillo en el área y Vinicius la mandó a la red con la sutileza de un artillero de oficio.
El tercero, también del brasileño y sin dejar respirar al Shakhtar, fue para coleccionistas. Tomó el balón en la izquierda y fue bailando sobre el cadaver de cuatro defensores ucranianos hasta cruzar la pelota a la red. Recorrerá las televisiones de todo el mundo y elevará el cartel de un futbolista en el que costó creer y ahora ya es inamovible. Cerró su gran noche con una asistencia a Rodrygo, un jugador más silencioso pero muy bien relacionado con el gol.
Ese acelerón de un cuarto de hora colocó al Madrid en el Clásico. Ancelotti les quitó a Modric y Kroos los minutos que necesitará en el Camp Nou, contentó a Asensio y sacó del fondo del armario a Marcelo y Vallejo, para mandar un mensaje (quizá engañoso) de que todos serán importantes. Pero ninguno tanto como Modric, Benzema, que puso el último dedo de la manita y se coronó como jugador del partido, y Vinicius, sobre los que el Madrid vuelve a cabalgar.