Con Vinicius es otra cosa

No investiguen demasiado para explicar el contundente liderato del Madrid. Benzema y Vinicius, 29 goles entre los dos, más que trece equipos de Primera División. Y Modric, obligado a desmonterarse una vez más en el Bernabéu. Y Courtois, el último refugio. Pero sobre todos ellos Vinicius, que en cada partido añade una pieza a su colección. Su regreso hizo florecer al Madrid. El Valencia empezó bien, pero se fugó del partido tras un penaltito a Casemiro, de los que unas veces se pitan y otras no (¿Recuerdan el agarroncito de Suárez a Marcelo en Getafe?). Lo de Hernández Hernández, con unos y otros tirando de la cuerda, no podía salir bien, pero la reacción ultra del Valencia no tiene justificación.

Bordalás no sirve partidos en almíbar ni pasea el Bolshoi por España, y enero le ha traído unas cuantas 'filomenas' a Ancelotti. Así que lo uno y lo otro parecieron igualar de salida un partido pleno de desequilibrios: muchos más puntos del Madrid, muchas más bajas del Valencia. La más notable, la de Soler, el último murciélago del escudo, el pie que guía al equipo, a balón parado y en movimiento. Quizá por ello Bordalás reordenó el ataque colocando como mediapunta a Musah, un correcaminos, en lugar de Guedes, vencido a la izquierda, frente a Lucas Vázquez, en cierto modo un recién llegado al lateral. La maniobra le dio resultado. El primer Valencia tuvo orden, despliegue y colmillo ante un Madrid con síndrome posvacacional, detectado y no corregido por Ancelotti en ese inicio. Ha pasado de las musas a las musarañas.

Casemiro, en el momento de ser derribado por Alderete. Hernández Hernández vio penalti.

Las primeras aproximaciones del Valencia se quedaron en grado de tentativa (un disparo lejano de Guedes que detuvo Courtois fue el remate con más intención), pero el equipo levantino fue atando cabos para someter al Madrid de los de siempre. Porque de la Copa no sacó Ancelotti nada en limpio, sálvese Camavinga y el que pueda. A estas horas, los del fondo del armario deberían saber que de ahí no se sale torciendo el morro sino dando la cara, en Alcoy o donde toque.

La reacción blanca

El Madrid posparón parecía un equipo esporádico, sin continuidad. Es cierto que creó tres buenas oportunidades en los primeros veinte minutos, la mejor un cabezazo picado de Militao adivinado por Cillessen, pero su fútbol está lleno de tiempos muertos. Pasó ante el Getafe, con las ruedas del equipo hundidas en el barro, y se repitió en los inicios ante el Valencia. Casemiro es la bandera de la regresión. Un futbolista al límite que cuando no está de punta en blanco se pone muy en peligro. Al cuarto de hora tenía amarilla y media, porque Hernández Hernández le había perdonado una antes de la que vio, como a Gayà o Wass. La justicia del canario es flexible. Y el recelo del Bernabéu, duradero.

Poco poco el Madrid fue reformándose a través de sus vías principales: la velocidad de Vinicius, lo más indefendible del equipo, y el bastón de Modric, el espíritu santo de la santísima trinidad. Un pase magnífico del croata acabó con un remate de derecha de Asensio rechazado por Cillessen. La pierna equivocada y las manos certeras en un mismo punto.

Benzema transformó así el penalti a Casemiro.

El aviso le cambió la ruta al Valencia, que fue encogiéndose minuto a minuto. Pasó de ser un peligro a ser un fastidio, de la ambición a la precaución. Y le fue cerrando los espacios al Madrid, que quiso remediarlo dándole vuelo a los extremos. A Lucas Vázquez le faltó un punto de profundidad y a Mendy, varios puntos de finura, pero fueron ellos los que agitaron de verdad el partido. Ellos y Modric, que mandó un latigazo aún más tremendo que el de Getafe al larguero, pero el partido lo desequilibró un penalti para el debate. Casemiro aceleró por el centro, Alderete dejó levemente su pie, el brasileño no quiso apartar el suyo y del contacto dedujo Hernández Hernández, al que el VAR no avisó antes por una posible mano de Piccini, que de penaltito podía pasarse a penalti. El Valencia, que es de gatillo fácil con la hoja de reclamaciones en este estadio, exageró hasta el esperpento hablando de robo en un tuit deplorable jaleado por Piqué, otro pirómano. Benzema transformó la pena con un tiro a la escuadra. Así son los goleadores de hielo.

El festín

Ahí se acabó un partido que antes de la polémica ya era del Madrid. Al Valencia le deprimió el enfado y a Vinicius le despertó las ganas. El 2-0 retrata su nueva vida. Salió vivo, entre quiebros y rebotes, de la emboscada de dos jugadores del Valencia y definió con la frialdad de los matadores: cabeza alta, un ojo en el portero y otro en el hueco que ofrecía. El tercero premió su fe. Benzema, siempre Benzema, le sirvió medio gol a Asensio, cuyo remate lo rechazó Cillessen como pudo y Vinicius, atento a la pantalla, lo empujó a la red. Ahora también puede ser Raúl en el área.

Así marcó Vinicius el 3-0.

El resto ya fue protocolo. Ancelotti protegió a Casemiro, le hizo el quite del perdón a Ceballos, Bordalás castigó a Koba (le quitó a los 17 minutos de meterle en el campo) y Hernández Hernández le pitó un penalti a Mendy (este clarísimo y merecedor de roja) que no consoló al Valencia y que Courtois rechazó, lo que permitió a Guedes enmendarse y marcar. El belga ya había volado alto antes en un remate brutal de Wass y lo haría después en otro de Manu Vallejo. Su actuación y el segundo gol de Benzema dulcificaron el final del Madrid, que el miércoles pasa la ITV del Clásico.

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