Exhibición histórica y a la Final Four
El partido que necesitaba España para seducir llegó en La Cartuja. El equipo de Luis Enrique facturó una exhibición en la que aplastó a Alemania, la selección de los aplastamientos, un juguete roto en manos de unos futbolistas que se divirtieron. Morata colocó el primer ladrillo de un grupo con la pulsera de la hora feliz. A su lado crecían todos, con mención especial para jugadores como Ferran Torres. No había mejor manera de llegar a la Final Four. En un partido grande, sólo apareció España. Alemania despachó una noche que haría vomitar a Augenthaler, Kahn o Matthaus.
El mérito español es que delante estaba Alemania, un sinónimo de grandeza en el fútbol europeo. La obra maestra de España desfiguró el pómulo germano. La primera mitad fue primorosa; en la segunda, olió la sangre y se fue a por un par de litros del rival. Alemania siempre vuelve. Lo dicen los libros, la historia y Lineker.
A España se le suponía un debate en la portería y en la delantera. El final de la Liga de las Naciones deja a Unai Simón instalado en el trono de la meta y a Morata, con la cara de jugador de la Juve, como jefe del área. Entre medias, un portafolios de buenas noticias. A Gayà se le queda pequeña la banda. Koke tiene diez 'Kokes' por todo el campo. Rodri le puede disputar el mando a Busquets en el medio y Ferran Torres parecía alemán.
El nuevo jugador del Manchester City trituró a la zaga alemana. Cuando recibía el balón era un cohete. El partido lo decoró con una ración de goles, tres ante Neuer, para una noche que tardará en olvidar. Ferran Torres va a dar que hablar.
El partido era una moción de confianza para una selección que va de selectividad en selectividad. En Sevilla, la sede de la felicidad de los viejos tiempos, España reenamoró a los aficionados. El primer tiempo fue magnífico. Un libro de pases, presión, remate y profundidad. Era la mejor receta para reenganchar a la hinchada, necesitada de cualquier tipo de alivio.
El primer gol de Morata destensó al grupo. En una semana se ha ganado el peto de titular. Jugó bien lejos y cerca del área y marcó goles, el certificado de garantía de un ariete. Tras su cabezazo, España entró en un parque de atracciones, con unos jugadores que disfrutaban con el balón. Ferran y Rodri liquidaron a Alemania en la primera mitad.
El desastre alemán
El desfalco alemán fue general. Sin Kimmich, su mejor jugador, si algo ha distinguido a las selecciones alemanas en la historia era la autoridad y la personalidad. En Sevilla, desconectada por España, fue una caricatura.
En defensa las bandas eran proyectos de autopistas españolas. Ferran Torres, un satélite que todavía no ha disputado sus cien mejores partidos, se zampaba por la derecha a Max. En el centro del campo, Gundogan aparentó estar a dos planetas de su mejor versión y Kroos nunca encontró un metro para pensar y hacer de Schuster, uno de sus aficiones favoritas.
En el ataque, Löw amenazaba con su amenaza nuclear, Gnabry, Sané y Werner, y sólo este último acreditaba su fama en chispazos aislados. A Alemania le quedaba Neuer para retrasar un estropicio. El centinela del Bayern fue el único a la altura de su archivo.
Las lesiones musculares de Canales y Sergio Ramos no se notaron en el rendimiento del grupo. España no se dejó ir. No había motivos para manchar el partido de la ilusión. Antes de irse, Ferran Torres colocó otros dos goles, uno de ellos gracias a la solidaridad de Gayà. Por entonces, sólo había una selección, la española. Oyarzabal selló el set. Un resultado que sonaba a cómic. Ni antes era un desastre ni ahora es favorita para la Eurocopa, pero con partidos así se recompra el boleto de la ilusión. No es poco.