Suárez no se aburre de ganar
Eliminado de la Copa y sin plaza en la Supercopa, llevábamos tiempo sin noticias del líder. Llegados a este punto de un curso tan extraño ya no está claro si tal intervalo entre partidos es beneficioso por lo físico o perjudicial por lo competitivo. Si hay que juzgar por el resultado apuntaríamos a lo primero, si hay que juzgar por el rendimiento a lo segundo. Pero no estaba Koke, lo que pone esto último en cuarentena. Sin el capitán no hay paraíso... pero con Suárez hay goles. Y el doblete del uruguayo, el decisivo forzando un penalti de última hora, sirvió para hacerse con un partido que seguramente el Atlético no mereció, pero que sube igual a la clasificación. De Panenka, además, quizás para compensar lo vivido un buen rato antes con otra pena máxima.
Simeone había resuelto la baja de Hermoso desplazando a Giménez hacia ese sector izquierdo, que no le resulta tan cómodo como cualquier otro de la línea de tres. Añádase que Carrasco no es lateral, como mucho carrilero, y el resultado es el espacio que dejaron entre uruguayo y belga a las primeras de cambio para que un balón largo local volara hacia los dominios de Muto. Retrocedía Yannick atendiendo precisamente a la pelota, que no al rival, con la consecuencia de que pisó a éste. El resto lo pusieron entre Dmitrovic, tirándolo, y Mendilibar, permitiendo que lo tirara. El Eibar vivía una experiencia casi insólita, la de ponerse por delante del Atlético en este campeonato. A esa hora los porteros habían marcado casi el 15% de los goles que encaja el líder: uno de siete. Así quedaría tal estadística, buena es esta gente para eso.
Las dos siguientes acciones de Carrasco también dieron que pensar, un córner regalado, un pelotazo absurdo (e involutario) al colegiado, así que El Cholo tomó cartas en el asunto: Lodi a calentar. No llegó esa sangre al río, en todo caso, porque el Atlético fue haciéndose poco a a poco a un partido que había nacido incómodo y en el que en todo caso siempre echó de menos un punto más de precisión. Ganó metros el equipo rojiblanco, haciendo por fin que retrocediera la siempre adelantada defensa armera, pero aquello apenas dio para que una volea de Correa acariciara el larguero. El líder parecía desinflarse otra vez en el tramo final del primer acto.
Pero el fútbol es imprevisible, nunca nos cansaremos de escribirlo, y donde nada había hubo empate. Porque Sergio Álvarez tardó en despejar una pelota, de modo que Llorente llegó a tiempo de interceptarla en la presión, y porque Sergio Álvarez, apurado ya, pifió el segundo intento de alejar el peligro. A Luis Suárez, siempre al acecho, no le quedó otra que ejercer el oficio de pistolero. Aún hubo tiempo para una reacción furibunda del Eibar, que puso varios centros inquietantes a un área que no terminaban de dominar los tres centrales visitantes, más bien al contrario esta vez, pero un cabezazo de Kike García se marchó desviado y al entreacto se llegó con tablas. No era la peor noticia posible para un Atlético que en el día 21 del año 21 del siglo 21 había arrancado a contramano por un error de su dorsal 21. Mirado de ese modo, tiene hasta cierta lógica.
Simeone no esperó más e introdujo cambios: Joao Félix defiende menos que Correa pero Torreira defiende más que Lemar, así que el doble movimiento tendía a un equilibrio que no evitó la repetición de los sucesos anteriores, léase que el Eibar se metió en faena mucho antes que el Atlético. Un error de Saúl, más interior que mediocentro ya, ofreció la primera ocasión a Kike García; una falta aparatosa de Felipe, que llegaba tarde a casi todas (amarilla y serio coqueteo con la roja como resultado), provocó la segunda de Arbilla. Ambas se marcharon por un palmo. Definitivamente las sustituciones habían sentado al líder de aquella manera, definitivamente el partido volvía a jugarse mucho más cerca de Oblak que de Dmitrovic. Sin botín que embolsarse, pero en todo caso más cerca.
Hasta que a última hora reapareció la escuadra del Cholo. Con una carrera de Suárez hacia puerta que interrumpió Arbilla y a la que el colegiado aplicó el mínimo castigo en forma del color de la tarjeta, primero. Con un disparo de Joao al que Dmitrovic respondió con una gran mano, después. Y con la jugada decisiva, por fin, en la que el central local pecó de ingenuo a la que el charrúa protegía el balón. La tecnología concedió lo ya indicado por el del silbato, porque contacto hubo, la intensidad es lo que se discute, y el ariete hizo el resto. El 9 no se aburre de ganar. El líder, tampoco.